Escribo esta columna desde el dolor del que ve como la memoria desaparece de nuestra vida.
Y es que los recuerdos son muy importantes tanto a nivel individual como colectivo.
A nivel social, ya se sabe que los pueblos que no tienen memoria (olvidan su historia) están condenados a cometer los mismos errores (Cicerón y muchos mas).
Por eso son relevantes los monumentos, los jardines, los cielos o los mares que nos recuerden que el océano está lleno de peces sin memoria.
Sin duelo, no hay olvido
A nivel individual, la memoria nos puede producir placer y sufrimiento, según el caso.
Por ejemplo, somos capaces de llorar de emociòn cuando una canción nos recuerda cómo éramos en épocas más felices.
Pero también nos impide olvidarnos de ese familiar que perdimos para siempre sin poder despedirnos o, lo que es lo mismo, sin cumplir con el necesario duelo psicológico.
Porque si no hay duelo, no hay olvido terapéutico; porque el otro, el subliminal, como si en lugar de cerebro tuviéramos un disco duro de PC, nunca se pierde del todo, para bien o para mal.
Son muescas en el alma que curten nuestro carácter y nuestra forma de ver la vida.
El tercer nivel
Un tercer nivel es el de las personas que pierden la memoria, unos conscientemente y otros de forma inconsciente.
En ambos casos, en el de los enfermos que se dan cuenta de su deterioro y en el de los que no, el resultado para los familiares es desgarrador, brutal y devastador.
Sólo los que cuidan de estas personas -sobre todo sus familias- conocen de primera mano y de verdad el valor de la memoria.
Cuidar de los mayores
Por eso debemos respetar y cuidar a nuestros mayores.
Porque mientras sigan ahí nos recordarán que son el reservorio de un virus del que sí debería contagiarse la sociedad: el de la experiencia y, en muchos casos, el saber.
Y de eso, desgraciadamente, somos mas conscientes cuando tenemos a un familiar con demencia senil.
Muchos pensamos que es como si hubiera bajado un extraterrestre y se hubiera metido en su cuerpo.
Un día les miras a la cara y no son los mismos, no entienden nada, no te conocen, no tienen emociones o, si las tienen, se les olvidan.
Pero eso si, siguen apreciando ( o eso queremos pensar) el valor de un beso, una caricia, un te quiero mucho, aunque eso solo les dure una décima de segundo.
Pandemia contra los recuerdos
Y es que esta mierda de pandemia no solo ofrece las homilias del sábado/sabadete de maese Sánchez, vicario de la confusión, sino que está matando nuestra historia; es decir a nuestro mayores.
Y esta vez para evitarlo no se necesita esperar a una vacuna, porque ya la tenemos, se llama respeto y admiración.
En estos conceptos va incluída la revisión (y readaptación) urgente y sin demora de las residencias de ancianos y los servicios sociales, en general.
Lo demás, lleves coleta o no, es filfa y palabrería de chupatintas o de botarates, que diría mi abuelo.
Alguien podrá alegar, sin embargo, que este área es competencia de las Autonomías, pero, si es así, para que sirve el mando único y el Estado de Alerta.
Reformas urgentes
Hay mayores que ya no tienen memoria porque el Alzheimer les ha arrebatado todo. Solo les queda una vida que nadie sabe cómo la viven.
Otros tienen memoria y hasta salud, pero han muerto en masa en las residencias por la covid-19.
Y es que el coronavirus está asesinando los recuerdos y nadie parece darse cuenta.
Como sociedad, es un daño tan terrible e irreparable, como el que se está produciendo sobre la educación o la economía.
Solo espero que cuando haya elecciones, la mayoría vaya a las urnas usando la cabeza y no el corazón de bufanda y bandera.
Y que el coronavirus, los estados de alarma y resto de acontecimientos sufridos, no nos dejen sin memoria cuando tengamos que votar.
La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio.
Por eso, y porque siempre hay un pecaminoso placer en tener razón, no puedo callar.
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