Seguimos confinados en casa. Continuamos secuestrados por el enemigo invisible.
Hay padres y madres que están hartos de sus hijos porque ya no hay quien les aguante y otros, separados/as, que lloran por las esquinas porque no pueden verles –ya que están con la otra y, en menor medida, con el otro- desde hace semanas.
Desesperación por ambos lados y lamentos en una sociedad que cada vez es más insostenible. El ambiente huele a azufre, que diría el extinto presidente Chávez, como si el mismísimo diablo estuviera en el salón.
Gas natural
Pero, no, no es el diablo, son los kilos de legumbres que llevamos en el cuerpo desde que empezó el aislamiento contra el coronavirus. Mucho gas natural que por algún sitio tiene que salir.
Yo también estuve desesperado cuando dejé de ver a mi vecina. Antes nos comunicábamos a través del mirador del salón. Ocurrió, de repente, sin buscarlo.
Coincidimos mirando la lluvia que caía y nos saludamos. Llevábamos diez años en la urbanización y era la primera vez que nos veíamos.
Romance
Así comenzó nuestro romance. Un romance visual, protegido por dos cristales y lleno de momentos cómicos.
Un día encontré su número de teléfono pegado al cristal, así que lo anoté, pero no me decidí a llamarla porque no sabía si vivía sola o no.
Por fin, una tarde apareció, con el pelo recogido como si estuviera limpiando la casa. Aún así, estaba preciosa. Le hice una señal para ver si podía llamarla y me dijo que sí.
Hablamos largo rato sentados el uno frente al otro; cada uno en su su mirador. Era enfermera y estaba agobiada por los horarios de lucha interminable contra el coronavirus, por eso aparecía y desaparecía como el Guadiana.
Nos enamoramos o, por lo menos, eso parecía. Era un amor puro, sin mácula, de los que nunca se olvidan
Desaparición
Un día desapareció, y como ocurría en el relato la autopista del sur (que os recomiendo leer), de Julio Cortázar, dejé de verla. Temí por su vida, aunque era joven y parecía fuerte.
Ella no lo sabe, pero estuve días soñando con su imagen, y la sigo aplaudiendo, como hacíamos cada día por la noche desde la ventana, para homenajear a todos los sanitarios que luchan contra el virus.
La semana pasada me llamó y, por fin, nos vimos en persona, comprando el pan, aunque a dos metros de distancia.
Hablamos un rato, con la mascarilla puesta,pero no pasó nada. Las mariposas en el estómago parecían haber muerto tal vez aquejadas de coronavirus.
Quedaba la mirada, pero faltaba haber conversado más tiempo cara a cara, Observar gestos y reacciones. Compartir momentos.
Notamos la ausencia de un abrazo, un beso, habernos cogido de la mano…
Y entonces fue cuando me di cuenta de que el cristal que nos separaba tal vez era el que nos unía.
Que bonito, tiempos diferentes que cambiarán la historia, ya no habrá tanta cercanía con la persona que deseas porque el COVID llegó para siempre.
Hay que esperar, claro, pero tiene toda la pinta
Deberías aprovechar este arresto domiciliario obligado x el Coronavirus para escribir un libro. Son muy interesantes tus últimos posts!!
Abrazo
Pues si, es una buena idea, Alejandra. Cuando termine la serie a lo mejor me lo planteo seriamente. Pero siempre, lo difil, es que alguien lo publique. Muchas gracias.