Trato de recordar cómo era aquella voz, la primera vez que la escuché, para tenerla en mi corazón cuando ya no importe.
Agradable, húmeda, acariciante, melosa… Ella la manejada para insistir sin violencia en la oferta de algo obsceno y apenas peligroso.
Hasta entonces, apenas las palabras habían guiado nuestras ansias por hablar. Y desde entonces, las palabras se quedaron cortas para representarnos.
En el mundo real, las miradas, los gestos, la voz y hasta eso que se llama lenguaje no verbal -y que a mi me pone nervioso porque parece que el otro sabe más de tí que tu mismo- son el test de futuro de cualquier relación.
Feromonas
Relación que puede ser solo amistosa, pero que cursa hacia otro nivel del juego en cuanto se cruza la química de las feromonas irresistibles.
En el mundo virtual, la palabra cobra una relevancia especial, y algunas/os memas/os se reafirman en serlo, aún cuando los flecos emocionales de sus escritos se atasquen en una palabrería sin fundamento o en la ausencia de mensajes positivos.
En internet escribimos, pero no oimos el tono de la voz, así que una frase sencilla y lineal puede convertirse en una ilusión, una paradoja, o en un insulto.
Por eso, lo escrito puede moldear el destino de una conversación y una relación hacia un final feliz o un repentino adiós que es, en sí mismo, una minitragedia y un fracaso personal.
Necias/os
Por eso Anatole France decía que un necio es mucho mas funesto que un malvado. Porque el malvado descansa algunas veces; el necio, jamás.
Esta nueva realidad que nos ha impuesto el confinamiento ha sembrado el mundo on line de impostores masculinos y femeninos.
Impostores/as que en busca de un fin que no tiene fin, colocan en su perfil fotos de cuando hicieron la Primera Comunión, o se ponen al lado de una hija o nieta de buen ver, como si fueran comida para peces.
Incluso hay quien escribe, como de soslayo, que ha estudiado en esa universidad de la vida que para ellas/os es como el jarvar, (no Harward), un detergente que lo limpia todo y les permite decir lo que quieran.
Lo malo es que este decir lo que quieran, muchas veces sube de tono, cuando no raya lo impertinente y radical, incluso en los sentimientos.
Y es que, escondidos tras el anonimato de una pantalla, la gente tiende a comportarse como jamás lo haría cara a cara: unas veces para bien y otras para mal.
El regreso
Pasó un tiempo, pero su voz volvió a conmoverme como el primer día.
Me pidió un regreso, que era lo que yo le había anunciado que ocurriría antes de la tregua.
Se creyó a salvo, se creyó curada, pero se dio cuenta de que era imposible vivir sus fantasías sin mi.
Y todo esto lo digo desde la cama (la mía es virtual), como hizo el escritor Uruguayo Juan Carlos Onetti, cansado de no vivir, de la estupidez generalizada.
Como él, llegué a pensar que en la cama sucede todo lo importante, aunque siendo sinceros tal vez sea solo pereza para no afrontar todo lo que hay (lo que ocurre en el mundo) fuera de ella
Una cama de la que no pienso salir mas que para mis necesidades básicas hasta que el mundo cambie… o ella llame a la puerta.
El impostor
Por eso, en ocasiones yo también pienso si no seré un impostor y que los escritos, como éste, no son pensados y puestos negro sobre blanco por mi, sino por alguien, un escritor de verdad, que está dentro de mí.
Asi que os prohíbo terminantemente que oséis atribuirme a mi la autoría de esta especie de ensayo sobre la locura .
Es más, esta columna no ha existido jamás y os aconsejo que no la leais mas ni se la recomendeis leer a nadie.
(Somos aquello que nuestro mundo nos invita a ser, y las facciones fundamentales de nuestro alma son impresas en ella por el perfil de lo que nos rodea)
La imagen que ilustra la columna es del pintor Edouard Manet (1863) y se llama Olimpia.
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