Pánico en el túnel

Estamos metidos en un túnel y no se ve el final, así es que, como todo lo que es desconocido, da miedito.

Y este miedo, incluso pánico, al presente, pero también al futuro, es más pegajoso que el propio virus.

Se expande por todos lados y no va a dejar títere con cabeza hasta que tengamos una vacuna.

Se dice que el turismo va a sufrir lo suyo, pero también lo va a hacer la hostelería y hasta la venta de ropa.

Más allá de poner mamparas en los bares o de que el miedo al coronavirus acabe con el reino de los cielos de la gastronomía; es decir, las tapas, es que va a terminar con todo.

O al menos con todo lo conocido hasta ahora.

Y es que no sólo va a interferir en las relaciones personales, impediéndonos hablar con las amistades a menos de dos metros, sino que también amenaza, por ejemplo, a la industria textil.

Si como parece, algún día se abre alguna tienda al público, la norma que podría imponerse es la de desinfectar la ropa que se ha probado otra persona antes que tú.

Adiós a las rebajas

No lo sé. No lo veo. ¿Desinfectarla ¿cómo? ¿En seco? ¿Con algún producto? ¿Pero quién va a querer comprar un polo que huele a zotal y que además ya no estará nuevo?

Otros apuntan a que a lo mejor lo que habrá que hacer es tener esa prenda en cuarentena dos semanas.

Pues entonces el siguiente naipe de esta baraja que va a caer serán las rebajas in situ, porque si todo lo que se toquetea o descoloca tiene que quedar confinado 14 días, apaga y vámonos.

Pero también se acabó el bla bla car y esa moda barata de viajar en coche con gente que no conoces pagando una parte alícuota de la gasolina.

Yo conozco a un conductor que antes pedía el teléfono a las chicas que viajaban con él, pero ahora presiente que va a tener que pedirles el certificado de cuerpo libre de coronavirus.

Gimnasios en peligro

¿Y los gimnasios? Imposibles de abrir, sobre todo los que van a volumen de socios para obtener beneficios.

Incluso en el supuesto de que hubiera poca gente, no me veo haciendo sentadillas con una mascarilla respirando CO2 del aliento con riesgo provocar en mi cuerpo un efecto invernadero.

La solución sería llevar conmigo el tiesto más grande que tengo en casa, por aquello de que las plantas recogen dióxido de carbono, pero no lo veo práctico.

Como tampoco pasar un paño con desinfectante cada vez que un croissant tira en el press de banca antes que yo.

Y si lo tiene que hacer el personal de limpieza (pasar la balleta) ya saben los monitores que les espera trabajo extra.

Así que sé de alguno que ya está recibiendo el curso online «Mister Proper no te abandona».

Y que consiste, básicamente, en aprender cómo dar una clase de ciclo indoor (la bici de siempre, para entendernos), abanicando a la vez a los asistentes (porque el aire no se podrá poner) y bajándose de la bici entre clase y clase para dar un repaso desinfectante al material.

Rebelión salvaje

Tampoco podré prestar a nadie en la playa, si es que podemos ir, mi tan demandado flotador rueda de camión.

Y hasta imagino a las avionetas tirando mascarillas plastificadas en lugar de los vistosos balones de Nivea de antaño.

Incluso he visto un artilugio chino, como no, que permite sumergirte con la mascarilla para ver los peces.

Eso si, a dos metros de ellos, aunque los peces llevarán EPIs porque Neptuno se ha encargado de preparles para el verano, no como otros..

Invasión animal

Porque otra de las cosas que se prevé es una invasión animal.

Vacias las calles del depredador más salvaje -el humano- ya hay especies atrevidas e invasoras que tienes planes para tomar las calles y las urbanizaciones.

Ayer mismo vi en la tele que un grupo de monos habían quedado para bañarse en una piscina.

Incluso que se habían visto a jabalíes llamando a las puertas de las casas como si fuera un wild Halloween, para pedir restos de comida.

Animaladas

También se han observado a elefantes haciendo botellón de smoothies en bidones de 80 litros y hasta hienas, casi todas hembras, entrando a comprar tabaco al estanco, ahora que siguen abiertos. Una animalada.

Por eso no sé si también veremos a los buitres jugándose a los chinos que pieza se cobran o a los orangutanes echándose un mus cualquier tarde tórrida en un chiringuito playero.

De momento, yo me he comprado una plastificadora, por si reparten carnets para ir a la playa.

No sea que se me moje, se borre el sello, y me dejen confinado en el muro del paseo marítimo o en un chiringuito.

Y esto segundo no sería del todo malo, salvo que, en un despiste, venga un mono y me trinque las aceitunas o las cortezas.

Y si pasa eso, y aunque me lleven detenido los munipas, os aseguro que «tiro de vara» y le crujo vivo.

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