Fast food de diseño? ¿Ver y dejarse ver? ¿Diseño por encima de todo? Tal vez las respuestas a todas estas preguntas concentren la idea de lo que significa el restaurante Pipa & Co.,
Pero sea como fuere, el caso es que su éxito es innegable porque, además de lo dicho, se sustenta en algo que se diga lo que se diga siempre es un acicate para el comensal: el precio. Bienvenidos a esta pasarela gastronómica.
Algunos buscan un lugar bonito y otros hacen que lo sea, con este sugerente cartel escrito en la pared de su barra, el restaurante Pipa and Co., hace un alegato que sirve como declaración de intenciones a los clientes.
Un sitio moderno, agradable, lleno de parejas y/o gente guapa, cachorros de la jet set o que aspiran a ello, con una terraza de escándalo y situado en una calle tan emblemática para el ocio y la gastronomía de Madrid como es Alberto Alcocer. Vamos, que está en la creme de la creme y con la creme de la creme.
Puestos en situación, añadiremos que este negocio, ‘hermano’ de Juanita Cruz (sito en sus bajos) y de Marieta, a la sazón impulsado por sus propietarios Alonso Aznar, el hijo del ex-presidente’, Fernando Nicolás y María Fitz James, cuenta con una puesta en escena atractiva.
Así pues, en una suerte de aciertos marketinianos el restaurante invita con descaro al postureo y se decanta por algunos de los secretos -ya conocidos- para triunfar en el sector hostelero, al menos en la capital.
Si el restaurante Ten con Ten representa en Madrid la esencia (y envidia) del ‘siempre lleno‘ al que todo negocio de restauración aspira, los postulantes como Pipa and. Co o Marieta también buscan esa fórmula antes más secreta que la de la Coca Cola.
Esta receta podría resumirse en la ecuación: buena ubicación (lugar de paso y no de paseo) + gente guapa (chicas sobre todo) que lo posicionen en el mercado de lo monísimo + un´diseño actual y un nombre impactante. Agítese y encontraremos el batido del éxito.
Obsérvese que, por ahora, nada se ha dicho de la cocina, que en el Ten con Ten (dependiendo de los platos) tiene calidad y rigurosidad aunque a un precio elevado, y que en este modelo de gente guapa, jet set, ver y ser vistos, etcétera, en el que estaría Pipa and Co y sus hermanos, se han decantado más bien por ofrecer unos precios contenidos con una carta funcional y un servicio amable.
Una carta llena de pizzas, pasta y hamburguesas de diseño en el que se esconde cierta fast food con aspiraciones. Tartares de peces, tan de moda como el mantequilla, ensaladas, tatakis, tajine…en fin, todo lo que se mueve en la modernidad de eso que esconde la aberrante palabra ‘foodie’ o ‘ñam ñam’ o cualquier otra memez que se os ocurra, pero que es cierto que en ciertos ambientes funciona.
Hemos tardado un poco en publicar este post, ya que nuestra visita al restaurante fue el pasado febrero, pero todo lo dicho está dentro de contexto y actualizado. Pipa and Co nos gustó estéticamente y, desde luego, dispone de una terraza que es un auténtico tesoro.
Si quieres comer o cenar sin pretensiones gastronómicas, digamos, de nivel, no hay duda de que este es un buen lugar. Los precios contenidos (aunque también hay que reconocer que la materia prima empleada lo es) y una presentación acorde con el ‘chic’ que lo inunda todo hace que la noche y, según como y con quien, nos pueda parecer hasta mágica.
Dicen que el local se parece al Notting Hill londinense o al Meat Packing District neoyorkino, pero aunque esté inspirado en ellos, lo cierto es que no sabríamos que decir si es así.
Lo que si está claro, es que es acogedor aunque las mesas para dos sean especialmente pequeñas. Con su mezcla de estilos y una luz no muy potente (cuesta ver la carta sin la luz del móvil) el sitio es resultón.
Entre sus platos Spring roll de queso brie y flores de calabaza, ensaladilla rusa o gyozas rellenas de carne picada (entre 6,95 y 9,95).
De los entrantes nos llamó la atención el huevo poché, parmentier de patata y aceite de trufa negra (5,50), que para el precio que tenía estaba bien, y con el regalo para los sentidos del olor a trufa, pues ya se sabe que el cerebro se confunde, como la noche confundió al ya demodé Dinio o el furgón al reactualizado Dioni.
Así las cosa, intentamos huir del territorio fast food de la carta optando por la siempre infalible ensalada de queso de cabra, pasta filo y vinagreta de miel, y, claro, no falló.
Estaba rica y el precio, nuevamente, competitivo (8,50). En medio del ágape nocturno, no hacían sino pasar chicas y chicos de buen ver a la sala, a la terraza, a preguntar para volver. Lo citado y lo obvio. El servicio, atento y solícito, como debe ser y bastante rápido.
El ambiente agradable, distendido, que invita a las reuniones de chicas (este es uno de esos restauantes que les encantan) y a la conversacion.
Seguimos con ese tartar de pez mantequilla que también pasó el corte del aprobado y, después nos tiramos al monte y le dimos oportunidad al ¡Viva México!, enamorados como estamos de ese país.
El plato llevaba lo típico: tacos de solomillo al chipotle salteados con champiñones, guacamole y tortillas de harina.
Avisan de que pica, y así es, pero pica a la europea, no a la mexicana (afortunadamente). El plato, completo y correcto, nuevamente sin sobresaltos ni nada que objetar.
Principales que discurren desde el vitello tonnato (8.95) al más caro, el tartar de atún (16,50), con platos intermedios como los saquitos de pasta fresca o el pisto con huevo y jamón.
Todo iba bien hasta que descubrimos en la carta el emparedado hindú, pan de pita y pollo tandori, el favorito de ‘Samantha de España’. Sin comentarios.
De postre una tarta de chocolate con m&m, y otra de queso, servidas en una especie de sartenes de pega, otra vez muy graciosas.
Y hasta aquí podemos leer. Solo por el ambiente y el precio, ya vale la pena ir y dejar que nuestro cerebro reciba los masajes tipo buey de Kobe que nos dedica el marketing de este restaurante.
Un acierto de sus promotores que, sin duda, han dado con la clave.
Ah, y se nos olvidaba, la terraza que ahora se abrirá a las noches de verano, espectacular. Chapeau.