Sao Reloj

Es lo que tiene vivir en un BRIC Pongamos que hablo de Sao Paulo, Brasil. Perdonadme el acrónimo, pero Sao reloj podría traducirse en algo así como Sao Paulo sin reloj. Sin reloj, porque esta ciudad brasileña nunca duerme -ya que todo está abierto a todas horas-; porque la gente vive para trabajar –invierten unas cuatro horas de ida y otras tantas de vuelta para ir al trabajo a causa de los monumentales atascos-; porque las cosas transcurren a 2 km/h –casi a ritmo de nuestro director general de tráfico, Pere Navarro- y porque quien lleva un reloj en la muñeca corre serio riesgo de que se lo arranquen con la mano puesta. Sao Paulo es un gigante con pies de barro. El fiel reflejo de los países emergentes, llamados técnicamente BRIC (Brasil, Rusia, India y China); que es tanto como decir que no tienen clase media. Y ya se sabe que la clase media es la base del progreso sostenible. Ellos son los que se llevan los tortazos de los impuestos, los que más pagan y menos reciben, los que se arriesgan creando pymes y los que mueven la economía de los países desarrollados. Las grandes compañías tienen el poder, pero son las clases medias quienes hacen que los países progresen de forma ordenada. Sao Paulo, sin embargo, es el caos hecho realidad. Un caos en el que los helicópteros de los millonarios (casi todos tienen uno) sustituyen a los coches a la hora de desplazarse por una ciudad con el asfalto más agujereado que un queso gruyer y en un continuo atasco (a veces avanzar un kilómetro puede requerir una hora). Aún así hay muchos Ferrari que sufren de dolor con los baches y 19 millones de pobres que sufren la ignorancia del millón de multimillonarios dueños de la ciudad. Por eso en Sao Paulo nadie lleva reloj: los ricos, para que no les corten las manos, y los pobres porque no lo necesitan en una ciudad cuyo corazón late de milagro, a ritmo de serpiente. En Sao Paulo recomiendan a los turistas no enseñar sus ‘pelucos’, algunos de mercadillo, a los ‘guindillas’ ni sus cámaras de fotos por miedo a que se vea retratada la pobreza. Pero a Sao Paulo no se va a hacer turismo: o eres más pobre que las ratas, o trabajas o te forras, pero no viajas por placer a una de las ciudades menos estéticas (por no decir feas) del mundo. Nadie sabe si algún día, por la vía de la revolución pacífica o no, o porque el cielo de Sao tenga tantos helicópteros como una plaga de langostas, habrá que poner semáforos entre las nubes. Pero si eso llega a ocurrir no os preocupéis porque los millonarios se desplazaran por la ciudad en cohete espacial para seguir ajenos a mirar y ver a los que viven entre los baches de las injusticias….¡será por dinero¡.

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