El regreso de los cojines de ganchillo

Madrid-Benidorm, nueve horas en coche

Reconozco que Pere Navarro es una de mis bestias negras en estas columnas –aunque yo prefiero decir que es fuente de inspiración literaria- porque en más de una ocasión he tenido que darle una colleja verbal por sus ocurrencias. La última fue cuando la DGT comenzó a cobrar las llamadas que los usuarios hacen para consultar sobre el tráfico -según Navarro, para disuadir a los bromistas que lo utilizaban como teléfono… erótico. Esto último lo he añadido por aquello de que la erótica tiene relación, en demasiadas ocasiones, con el dinero y el poder.

La nueva ocurrencia, que ya adelanto que no sé si ha sido del propio Pere o del bombero torero, famoso artista circense representado por el ministro de Industria, Miguel Sebastián; la nueva ocurrencia, repito, ha sido reducir la velocidad máxima de autopistas y autovías a 110 km/h a partir del próximo 7 de marzo, reducir la iluminación en las calles y carreteras y el número de coches oficiales que ‘faenan’ por las vías públicas, bajo el pretexto de ahorrar energía y mitigar así el impacto de las revueltas en Libia están causando sobre los precios del petróleo.

Unas medida (bajar 10 km. la velocidad o reducir el número de coches oficiales en circulación) que puede ser tan eficaz como ponerse el plumas en casa para evitar el gasto en calefacción o no ir al trabajo con corbata, en verano, para refrescarse, No sé qué os parece a vosotros, pero yo creo que estamos cada vez más al límite. Y es que estas medidas de Pepe Gotera y Otilio son tan de chiste que sonrojan… eso sí, se van a gastar 250.000 euros (40 kilos de las antiguas pesetas, que a este paso también habrá que rehabilitar) en cambiar las señales.

No entiendo. No sé. No concibo. No atisbo. No me alcanza…cómo se puede hacer pública tamaña parida si, como todo el mundo sabe, la mayor parte de estas medidas tienen fines recaudatorios…¡y no me diga que no, Monsieur Pere! que, hace unos días comprobé, de nuevo, cómo funciona el tema.

Os cuento: aunque no vienen al caso los detalles, me hallaba yo en la hora de la siesta, apostado cuál palomo en una valla de la presa del pantano de Entrepeñas mientras escondidos detrás de un árbol, y dentro de un 4×4, dos funcionarios de la Benemérita parecían descansar plácidamente. De repente, algo turbó la paz del cigarrito que estaban echándose. Salieron del coche, se colocaron la gorra y a la respuesta de “afirmativo” empezaron a echar coches y motos al arcén para multarles, supongo, por exceso de velocidad. Entre los incautos infractores –alguno de los cuales se negó a pagar la multa in situ a pesar de la insistencia de los guardias por el descuento del 50 % tipo Carrefour- había de todo, incluso familias enteras y conductores maduritos que no tenían pinta de querer jugarse la vida en Guadalajara. Cazaron a unos cuantos (los guardias sólo paraban a las ‘piezas’ comprobaban la matrícula y sancionaban), al grito de “si, si…volvo azul…JKM..26…afirmativo, cambio”. Sin embargo y tras una hora u hora y media de sanciones continuadas, los funcionarios apagaron los walkies, entraron en el coche y se echaron otro cigarrito, como si fuera el del después de… o el del café; vamos, el del placer: misión cumplida.

En esa abstracción me hallaba cuando escuché un rugir de motos que me sobresaltó por la rudeza de las máquinas. Volví rápido la cabeza y observé con desasosiego cómo tres motoristas se acercaban a nuestro punto a gran velocidad (más de 160 km/h, seguro). Pasaron por nuestro lado y los guardias ni se inmutaron, sin duda porque se había terminado su ‘hora de las multas’ y ya daba lo mismo lo que ocurriera o a qué velocidad se circulara.

Esto es lo que ocurre. Si estás en el momento inadecuado y en el sitio menos oportuno (por ejemplo, un sábado entre las 4 y la 5 de la tarde en la provincia de Guadalajara) pues te calzan la multa por ir a 105 km/h en una carretera de 90km/h., pero no ocurre nada si pasas después, aunque vayas a 190 km/h. Es como las sanciones en el fútbol, que te enseñan tarjeta amarilla tanto si agarras de la camiseta al contrario como si le partes por la mitad de una patada. Así es la ley…y la trampa.

Yo, con esto poner el límite de velocidad a 110 km/h., me he liado a buscar las viejas cintas de audio de la España cañí, y voy a rescatar todas esas bellas canciones con estribillos pegadizos como “precausión, amigo condustor…”me sabe a humo, me sabe a humo…los cigarrillos que yo me fumo” y todos los éxitos de la Paquera de Jerez, Manolo Escobar y los Fórmual V. Además, he llevado al taller, para revisión, el viejo Renault 4 de mi padre; he limpiado el perrito que mueve la cabeza, para ponerlo en la bandeja del cristal trasero; he recuperado la pegatina de San Cristóbal (con sus huecos para poner las fotos carnet de toda la familia) y he puesto a mi abuela a hacer los cojines de ganchillo, para redecorar el habitáculo, como dicen los de Ikea. Asimismo, estoy puliendo los espejos retrovisores por si los podemos utilizar de nuevo para colgar allí (y secar) los bañadores cuando hagamos esos viajes de 10 horas Madrid-Benidorm.

Para completar la estampa de esta España propondría a los señores Pere y Miguel, desdoblar otra vez las autopistas y hacer que los conductores pasen de nuevo por los pueblos, así se ralentizaría más la marcha y, además, crearíamos riqueza en esas comarcas repletas de bares de carretera donde vendían cintas y cd’s de grandes éxitos de los Pillos boys o Toñi, la come hombres, el quesito, el chorizo y los bollitos de la tierra… y te apretabas el bocata de tortilla o lomo con pimientos, en una de las cinco paradas que había que hacer para evitar mareos, evacuar…o para que le diera el aire a la abuela. Eso sí que eran viajes.

Un comentario en «El regreso de los cojines de ganchillo»

  1. Iba yo a opinar sobre lo de la limitación de velocidad, pero ya no puedo. Los Chunguitos me han nublado el entendimiento. ¿Y la Toñi es un personaje real o un ser mitológico? Qué fuerte. Qué España.

    Buenísima. Estoy entre la carcajada y el escalofrío. Y a mitad de camino entre Sevilla y Torremolinos en el 127 de mi padre, allá por los años setenta. Uffff.

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