Clonemos a los Del Río, como receta anticrisis
Hace unos días, al levantarme de la cama, observé que andaba a pasos cortos, como si fuera el mismísimo Chiquito de la Calzada. Pensé que me había apretado demasiado las botas de esquí el día anterior, pero luego me di cuenta de que no era así; de que los culpables eran unos zapatos (supongo que de plástico) que me había comprado en los chinos el día anterior. La ecuación era la siguiente: lo que me ahorro en los zapatos, me lo gasto en unas cañitas…jejeje, pero la cosa no salió bien.
Me puse a pensar en ello y rápidamente vino a mi cabeza la imagen de un tipo que entró en el baño de la citada estación de esquí vestido de romano; es decir, con casco, gafas, braga sobre la nariz, bastones… Al principio me sobresalté, porque era como ver a Robocop entrando a ‘hacer del cuerpo’, pero luego lo pensé y dije: este tío, o no quiere oler su propio gas natural (y por eso entra así en el ‘tigre’) o le da vergüenza que le reconozcan porque se ha comprado la equipación en los chinos.
Y es que, dentro de poco –si las cosas siguen igual- tal vez tengamos que saludarnos diciendo ‘ni hao’ (nijao) en lugar de ‘hola’ porque el avance chino, sobre todo en el comercio, parece imparable. Si el futuro de la humanidad está en vender cosas y comprar voluntades, no cabe duda de que los chinos, que inventaron la pólvora, ahora están dinamitando las reglas del juego occidental con su modo de trabajar.
Todos habréis observado que si un negocio cierra, rápidamente lo sustituye una tienda china de lo que sea. Porque ya no son sólo aquéllos restaurantes donde siempre sospechamos del cerdo agridulce –¿perro gorilero, mandril acribillao o gato caramelizado?- sino que están en todos los sectores, desde el textil, pasando por la zapatería, la peluquería o el supermercado…Entraron por el todo a cien, y después se convirtieron a todo un euro…pero les daría lo mismo si fuera todo a un franco o a un marco, ellos se adaptarían.
De hecho, recientemente y mientras estaba parado en un semáforo, observé con asombro cómo ante mí se alzaba un gran almacén que, imitando las letras del el Corte Inglés, rezaba el Corte Chino. Me quedé atónito y pensé que si se atreven con la sacrosanta empresa creada por César Rodríguez y Ramón Areces, y regentada en la actualidad por Isidoro Alvarez, los chinos se atrevían con todo.
Pero, cuidado, porque la expansión oriental puede tener sus consecuencias. A ver si por ahorrarnos unos eurillos nos vamos a cargar todo el tinglado. Veamos algunos ejemplos de lo que podría acarrear esta nueva fiebre amarilla.
La primera piedra caería sobre el propio funcionamiento de los sindicatos que pueden resentirse para siempre (hace tiempo que se tenían que haber reinventado) del hipertrabajo de los orientales. Y es que los chinos trabajan doce horas –por lo menos- al día, todos los días de la semana. Así que ya no habría lugar para ir a las barricadas y a la huelga, sino a los rollitos de primavera, como mucho.
El segundo ‘palo’ tiene que ver con la salud humana, desde tintes de pelo que te dejan la melena como Paco Clavel, pasando por cremas que pueden dejarte los morros como a Carmen de Mairena, hasta menaje de cocina y juguetes más tóxicos que el salfumán. Eso si contar con esos zapatos, que ya vienen con olor incluido , y que hay que sacar cada noche al balcón para no provocar una nube tóxica dentro de la casa.
Ayssss, madre mía. Peligra, también, el paquito chocolatero de las bodas, sustituido por cualquier melodía chinorri y los langostinos de estos ágapes, reemplazados por pastelitos de la suerte con un mensaje similar en todos ellos: ‘españoles pringaos’. De la siesta, ni hablamos, y de las vacaciones y los puentes, mejor nos olvidamos. Los chinos nunca descansan, por lo menos los que viven en España.
Sé que estamos muy tristes y que las empresas ya casi no celebran copas de navidad; unos, porque no pueden, y otros porque, aunque pueden, tienen miedo de que alguien les señale con el dedo por no ser austeros. Así que, casi sin quererlo, nos estamos todos volviendo chinos, y en estos momentos más nos valdria darnos alguna alegría para el cuerpo, que dirían los Del Río (Macarena y eso) y gastar algo en restaurantes y comercios para no dejar el consumo más parado que un gato de escayola.
Por eso creo que es el momento de pensar bien si nos tomamos los almacenes chinorris como el que va de excursión a pasar la tarde o si lo convertimos en el leit motiv de nuestras compras, no vaya a ser que tengamos que cambiar el refrán de ‘te han engañado como a un chino’, por otro que elimine el como para dejarlo en ‘te ha engañado un chino’. Osea que, o elegimos bien el camino o clonamos a Los del Río, tíos listos donde los haya, que se han pasado la vida viviendo del cuento…chino, y nos transfundimos sus genes. No veo más soluciones.