Portugal está repleta de faros para ayudar a llegar a buen puerto a los marinos que desde tiempos inmemoriales han desafiado a los océanos, como si les pudieran dominar.
Y en esta lucha contra los elementos los faros han sido cruciales. Ellos han puesto esa luz al final del camino que ha guiado a muchos marineros hasta la salvación.
Por eso, si te gusta el mar y quieres hacer el esfuerzo de comprenderle, te conviene hacer un recorrido por la costa de Portugal.
Asi podrás visitar alguno de los más de 70 faros que custodian su litoral, muchas veces abrupto y peligroso, como sucede cuando se encamina hacia Galicia.
No en vano, la naturaleza, que no entiende de fronteras ni de política, ha fijado en esta franja atlántica contornos costeros bien similares.
Los tres elegidos
Sólo nos referiremos a tres de estos faros: el faro Da Guía, el de Santa Marta y el del Cabo Da Roca.
Pero en la costa de Estoril hay cerca de 25 faros que velan por la seguridad de los barcos que navegan por la costa de esta villa señorial cercana a Lisboa.
Uno de los faros mas emblemáticos, por estar cerca de la Ciudadela de Cascais, es el de Santa Marta.
Situado en un lugar privilegiado de la costa Atlántica, casi a la entrada de la marina de Cascais, formó parte de la fortaleza que defendía esa costa pero en 1868 pasó a ser un faro que aún funciona de forma automatizada (sin farero).
Farol de Sta. Marta
De hecho el ‘farol’ de Santa Marta, como se dice en portugués, alberga un museo; de manera que es ‘forte,farol y museu’, y esas tres caras permiten al visitante hacer un repaso de la vida de faros y fareros (faroleiros).
En este faro hay desde espejos ópticos a lámparas, pasando por cartas de navegación.
Consta de una torre de ladrillo de 20 metros de altura, aunque desde la remodelación que sufrió en 1908 mide ocho metros más.
Y es que aunque ya no viva nadie, lo cierto es que en los aledaños de cada uno de estos faros vivían tres familias que se turnaban durante las vacaciones y las 24 horas del día.
Estos mismos fareros, se ocupaban de todo lo que tenía que ver con la conservación y arreglo, en su caso, de los desperfectos que se pudieran producir con el paso del tiempo.
Situación y posición
Lo más relevante es que cada una de las bombillas halógenas que dan luz a sus enormes espejos rayados emitían y emiten destellos de distinta intensidad y todos diferentes.
De tal forma, que de acuerdo a estas secuencias de luz, los marineros saben en qué lugar de la costa se hallan porque cada faro emite un código de luz distinto.
Es como si fuera una especie de alfabeto morse lumínico que ante las condiciones más adversas imaginables permiten a los marineros leer el lugar donde se encuentran.
Cerca de Santa Marta, se encuentra otro de los faros emblemáticos como es el da Guía.
Este ‘farol’ fue uno de los primeros que guió a los marineros en el siglo XVIII.
De ladrillo blanco, su torre tiene forma octogonal, mide 28 metros de altura y también está en Cascais.
De hecho, sólo hay que acercarse hasta la llamada ‘Boca do Inferno’ para apreciar de lo que estamos hablando; olas endemoniadas y unas rocas con dientes de sierra esperando los cascos de los barcos para crujirles vivos.
Cerca de Guincho
Pero hay más, muchos más faros de cuyos nombres ni siquiera me acuerdo.
Uno de ellos está cerca de Guincho, que da nombre a estas playas salvajes siempre pobladas de surferos.
Es un lugar donde cambia el tiempo (o donde da la vuelta el aire, que diría un castizo) con tanta rapidez como llegan las olas atlánticas.
Cabo da Roca
Pero el Cabo da Roca, que es como se llama, no solo es una referencia visual para los marinos sino un refugio romántico.
Ubicado en el punto más occidental de Europa goza de atardeceres mágicos.
Y no es porque lo diga todo el mundo, sino porque en el mismo peñón, lo más cercano al agua es una gran cruz de granito (el faro está un poco en el interior y en alto).
A este lugar también se le llama el monte de la luna, nadie sabe si porque hay lunáticos/as que se lanzan de noche atraidos por el vacío de sus acantilados o porque los amantes de la zona se abrazan allí bajo la luz de la luna.
Sea como fuere y romanticismos aparte, es posible ver el sol y la luna a la vez, en el mismo plano y sobre el mar, así que solo por eso ya merece la pena ir.
Y si encima hace buen tiempo, entonces te ha tocado la ‘lotería’ del turista.
Además, allí mismo hay una cafetería por si quieres echar la tarde escuchando el mar o admirando especies autóctonas de plantas como la armeria pseudoarmeria.
Eso sí, que no se te olvide recoger en la caseta de información el certificado que te acredita de que has estado en el punto más occidental de Europa para que puedas ‘sacar pecho’ delante de amistades y familia cuando vayan a tu casa.