Asimétricos, por compasión

Cuando cuerpos y almas se miran al espejo

Un día te levantas de la cama y descubres que cojeas. Te asustas, porque nunca antes te habías dado cuenta de que tenías una pierna más larga que otra, aunque sospechas que siempre fue así, y como Gregorio Samsa, protagonista de la novela ‘La metamorfosis’, de Franz Kafka, te asalta cierta sensación de pánico. Y no es que seas un/a cagueta, sino que descubrir algo desconocido o que había pasado inadvertido hasta entonces, te inquieta, como si fueras uno de los fenómenos extraños del programa cuarto milenio.

Si eres hombre, descubres el desaforado crecimiento de pelo en las orejas y espalda, como uno de los protagonistas del Planeta de los simios, o adviertes con horror que tus narices parecen la selva negra o, sencillamente que tienes más entradas en el pelo de la cabeza, que el metro de Madrid. Si eres chica, nunca antes habías observado que el pecho empieza a sonar ‘tolón’, se vuelve más asimétrico y que las cartucheras y la celulitis también son desproporcionadas. Todo asimétrico.

Así, un día te preguntas que pasará si te pones un folio en medio de la nariz para, mirándote al espejo, descubrir si esa asimetría es real. El resultado es terrorífico porque ves como una mitad de tu cara es distinta a la otra. Tienes un ojo más grande que otro, una ceja más alta que otra e incluso observas ciertas imperfecciones faciales. Si eres mujer, puedes caer en la cuenta que tienes más bigote que Pancho Villa y si eres hombre, descubres que tienes una oreja más grande que otra, o, lo que es peor, que te han crecido las orejas de forma desmedida.

Te frotas los ojos intentando buscar el porqué de lo que te pasa y es tan sencillo de explicar como que te estás haciendo mayor. O sea que, cuanto más envejecemos, más asimétricos somos. En cierto modo, también ocurre con el carácter, que se vuelve más caprichoso y se acerca al niño que fuimos. Hay gente que siempre fue asimétrica por fuera y ahora descubre que también lo es por dentro: demasiadas miradas atrás, demasiadas heridas emocionales y demasiados consejeros que nos equivocan con su egoísmo.

En realidad, son sólo los síntomas y un eslabón más de esa lenta (o rápida según cada uno) carrera hacia la asimetría morfológica consecuente con ir cumpliendo años. No sé si sabeis que los expertos en genética hablan de las personas y sus genes, como si fuera una partida de cartas: en el reparto, a cada uno le tocan unas cartas en suerte, pero depende de cómo las juegue, ganará o perderá la partida. Sabemos, por ejemplo, que respirar nos mata. Sí, sí, nos mata. ¡Qué paradoja!, aquello que nos da la vida nos mata, porque nos oxida; oxida nuestras células en un proceso que tiene que ver con ir cumpliendo años. Pero igual que nos mata, el oxígeno (y el agua oxigenada) sirve como desinfectante de heridas en el cuerpo y en el alma.

Os voy a confesar un secreto. En realidad, siempre hemos sido asimétricos, desde que nacimos, lo que pasa es que nunca nos habíamos parado a ponernos un folio en medio de la cara y mirarnos al espejo (hacedlo, pero sin asustaros) para comprobarlo. No hay nada que temer, es normal. Aunque dependiendo de la edad real y la edad biológica de cada uno lo que os cuente ahora puede cambiar, puede decirse que si uno se levanta de la cama por la mañana y no le duele nada en el cuerpo o en el alma, o es un zombi, o está muerto.

No puedo decir lo mismo del interior. Si sois capaces de poner un folio en vuestra alma y miraros en el espejo de los demás, también descubriréis que sois asimétricos pero, como en todo, unos más que otros. Hay gente que tiene doblados los hierros de sus cimientos internos y ya nunca los van a recuperar, y algunos de estos se empeñan en hacer creer a otros que también tienen esos hierros doblados; unos hierros que, dicho sea de paso, sólo el amor puede enderezar. Pero nadie quiere quitarse esa venda y así nos va.

Y ahora os confieso otro secreto: quienes tienen asimétrico el alma, también lo tienen desde el nacimiento, aunque ellos no lo saben y se creen que es la vida quienes ha doblegado sus muretes. Son unos Benito y Manolo cualesquiera, pero de las relaciones emocionales, y lo malo, como ellos, es que allí donde van, ya no pueden volver.

Y termino como al principio. Un día te levantas de la cama y descubres que cojeas. Te asustas, porque nunca antes te habías dado cuenta de que tenías una pierna más larga que otra, aunque sospechas que siempre fue así, y como Gregorio Samsa, el protagonista de la novela La metamorfosis de Franz Kafka, te asalta cierta sensación de pánico. Y no es que seas un/a cagueta, sino que acabas de descubrir que eres asimétrico, que te haces mayor, pero que, por suerte, sigues viva/o y es un alivio.

Lo peor es la cantidad de asimétricos no tanto de cuerpo, sino de alma, que vagan en pena por el mundo; zombis emocionales. Ellos no lo saben, pero esos sí que están muertos.

2 comentarios en «Asimétricos, por compasión»

  1. Soy muuuuuuuuuuy asimétrica en todos los sentidos, pero no lo escondo y eso me parece lo honesto!!! Y esas imperfecciones son las que nos hacen especiales, las que hacen que gustemos a los demás……….Pero en vez de atraer a otros “asimétricos”, sólo soy un imán para esos Zombis emocionales de los que hablas, y creo que con el tiempo me volveré uno de ellos………..

  2. Yo hace mucho que me reconcilié con todas mis asimetrías, las de fuera y las de dentro. Lo triste de este mundo es que hay demasiada gente que amaneció hace tiempo convertida en cucaracha y no lo sabe, porque nunca se ha mirado al espejo.

    Un post redondo y cargado de sutileza. Buenísimo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *